12.02.2010

Incomprensión

El sol se oculta detrás de los edificios y la aureola de luz anaranjada hace creer que por unos minutos, la cuidad gris es ahora de oro macizo. Las personas que caminan por la vereda, por un momento, parecen completamente felices. Ese es el efecto del atardecer que observo todas las tardes por la ventana, sentada en el zócalo de madera, una madera oscura y ya algo gastada por el tiempo.
El momento del atardecer es un momento mágico que dura sólo unos instantes pero que siempre vuelve, al día siguiente. Las rojas cortinas del cuarto realzan la belleza de la dorada tarde iluminando mi rostro.
Oteando el horizonte, pienso. Pienso en la gente que pasa por debajo de mí y por el momento que dura la magia me siento omnipotente.
La tarde cae y la cuidad dorada le da paso a una ciudad sombría donde la luz azulada reemplaza a la brillante anaranjada e ilumina las blancas veredas realzándolo todo, dándole un aspecto tenebroso.
Las sensaciones cambian drásticamente y ahora me siento muy diferente: ahora estoy atrapada. Atrapada en mi mundo, en mi burbuja donde los monstruos no sólo existen sino que viven conmigo ¿Qué pensarían si supieran que espectros y fantasmas me llaman por mi nombre, hablándome constantemente? Posiblemente jamás tenga la respuesta a esta pregunta, dudo que alguien llegue a saber esa parte de mí.
La puerta al abrirse me saca de mi trance y las criaturas de la noche desaparecen cuando mi madre entra al cuarto.
-¿Qué estas haciendo?- Por unas milésimas de segundo me pregunto qué le voy a contestar. Al final me decido por lo de siempre:
-Nada.
Cuando la puerta vuelve a cerrarse, junto con la oscuridad, miles de ojos reaparecen en la penumbra.

SCARLET

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