12.02.2010

El Veredicto

Rojo, naranja y amarillo danzan y giran a mí alrededor. El peso de mi pecho me ahoga y me impide respirar. Como una lluvia gris caen pequeñas cenizas sobre mi pálida piel, dejando en ella diminutos hoyos, mientras que mí negro cabello, largo y despeinado, cae sobre mi espalda.
Las cenizas tiñen de ese color gris, el blanco vestido que cubre mi cuerpo y mis ojos arden sin poder protegerlos. Mis manos, detrás de la espalda, no pueden soltarse. Sobre mi blanca mejilla cae lentamente una lágrima amarga. Me sofoco, no puedo respirar, mis ojos no ven nada más que colores anaranjados. De vez en cuando, logran captar alguna otra imagen, a parte de los danzantes colores: rostros, fríos y serios cuyos ojos penetran en mí haciéndome indefensa ante ellos.
El humo es tan espeso que ya mis ojos no pueden abrirse y el aire no puede llenar mis pulmones. Lo único que ingresa en mí es la tristeza mientras que mi corazón late tan rápido como si fuera a explotar de un momento a otro. Ya es demasiado tarde, aún así abro mi boca en un último y desesperado intento de pedir auxilio, pero de mi garganta ya no sale sonido alguno, sólo entra el humo negro, sólo me queda esperar a convertirme también en un montón de cenizas.
El vestido blanco se va quemando y el dolor ya es insoportable mientras que las llamas de la hoguera chamuscan mi piel. Consigo abrir los ojos por última vez y a pesar de la espesura del humo y las lágrimas, logro percibir algunos rostros de las personas que en la plaza se encuentran. Algunos reflejan miedo; otros, tristeza; otros, odio.
Odio, es lo único que puedo sentir al ver aquel rostro que estuvo observando desde el comienzo, sonriendo, aquel que me sentenció a muerte con solo una palabra: BRUJA.

SCARLET

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